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Ecuador, 29 de Marzo de 2024
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El Telégrafo

Especial

Yawi, la nueva comunidad





Yawi es una palabra que en idioma Shuar significa saladero, o espacio en el que los animales beben agua. En lengua indígena, su pronunciación no es como se lee, sino que reemplazan la w por la v para que suene “Yavi”.

Hace tres años, un grupo de habitantes de Warints decidió abandonar la comunidad y fundar una nueva en las faldas de la montaña. Marcelo Wachapá lideró la creación del nuevo asentamiento.

Encontraron un lote baldío a treinta minutos de caminata por las laderas de la cordillera, junto río Warints. Marcelo supo que el territorio no había sido adjudicado a nadie, por lo que el 26 de agosto de 2017 fundó la comunidad. La nombraron Yawi en honor al saladero en el que encontraban animales para cazar.

Las aves que vuelan hacia la fuente de agua para refrescarse y beber son presa de los Shuar. Aprovechan la distracción de los pájaros para matarlos y llevarlos a sus casas, donde las mujeres los cocinan. “Nuestra cultura es esa, cazar y pescar. Sin eso no podemos vivir”, explica el síndico (presidente) de la comunidad.

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Los moradores de Yawi tardaron un año en la construcción de todas las casas, proceso que aún no finaliza. En los terrenos quedan estructuras de madera que están en fase inicial de construcción.

Antes de la llegada de la minera Solaris Resources, los techos de las viviendas eran de paja y en forma de cono. Algunas todavía mantienen ese estilo, pero el resto cambiaron el tejado por planchas de zinc, donados por la empresa extranjera.

Yawi es parte de la Alianza Estratégica que tiene Solaris Resources con las comunidades que autorizaron su exploración en busca de cobre en los territorios ancestrales. Este acuerdo ha hecho que 30 habitantes del lugar, 22 hombres y 8 mujeres, obtengan trabajo. Laboran en el campamento de exploración como rotativos y perciben una remuneración de 220 dólares por semana laborada. Con ese dinero compran artículos en la ciudad e invierten para la crianza de animales.

La mayoría de familias tienen gallinas para consumo propio. También siembran yuca, papa china y jengibre. Además cosechan plantas medicinales para la cura de enfermedades. Es así que en Yawi no se ven mascarillas para prevenir el coronavirus.

“Nuestra abuelita tiene 100 años y nos capacita para no enfermarnos. Nos asesoramos con ella porque sabe más que nosotros, por ella estamos con vida”, dice Marcelo. La mujer a la que se refiere es una anciana que vive en un cabaña muy pequeña, anda descalza y con un camisón blanco que le cubre hasta las rodillas. Tiene mechones blancos en su cabellera y pocos dientes. Sentada en un banquito en el pórtico de su casa prepara una sopa de fideos dentro de una vieja olla sobre troncos de leña.

Conversa, poco, con el interlocutor que la saluda en Shuar, pues no habla español. Con su mirada repasa fugazmente a los extraños que la graban con cámaras, mientras con su mano izquierda continúa batiendo el brebaje. A la abuela se la respeta por la sabiduría ancestral que posee.

A pocos metros de ella hay un grupo de jóvenes, adolescentes en su mayoría, que dialogan entre ellos. Son la nueva generación del recinto. Las chicas son de rasgos finos, delicados y casi sin arrugas, con piel morena y de contextura delgada. No aparentan su verdadera edad.

Les gusta maquillarse, vestirse bien y verse guapas ante el resto. “Son más vanidosas que las de Warints”, cuenta Martha Masana, relacionadora comunitaria de la empresa minera. Martha destaca el aspecto físico de la mujer de Yawi, pero también su empoderamiento.

Pese a que la cultura Shuar es tradicionalmente machista, y la mujer cumple un rol de cuidar a los hijos, en esta joven comunidad las mujeres aprendieron a expresar su voz. De manera inédita tuvieron una mujer como síndica, en reemplazo del dirigente principal. La líder actualmente es tesorera. Para ocupar ese cargo interno tuvo respaldo popular en una elección democrática.

Además, en los últimos años se han atrevido a decir lo que piensan. En una asamblea comunitaria, un hombre trató de silenciar a su esposa. La mujer no se quedó callada y le respondió que ella podía hablar y opinar libremente. Ese fue un episodio nunca antes visto y que tiene como influencia el cambio cultural que la minera imprime en este lugar, como parte de su modelo de desarrollo.

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En Yawi viven 150 personas, de las cuales 53 son consideradas como socios (miembros con voz y voto). En el último tiempo han empezado a integrarse a la comunidad personas de otros lados. Marco Ancuash tiene 27 años y es oriundo de una localidad aledaña. Conoció a una mujer de Yawi, con quien formó una relación y desde entonces reside allí.

“Me llamó la atención la historia. Con pocas personas hicieron esto (la comunidad) y en dos años ha crecido drásticamente. Ningún otro grupo había hecho algo similar. Me gusta su forma positiva de pensar y de actuar”, menciona.

Marco se ha adaptado a la vida en Yawi. El pequeño caserío tiene una planicie junto a la quebrada del río donde se ubica la casa comunitaria, un par de viviendas de un piso y espacios abiertos. El resto de inmuebles se construyeron en una pendiente con dirección hacia la montaña. En sus alrededores se observan terrenos de mayor tamaño y con casas más grandes.

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La mayoría de habitantes son familiares. Hay una tienda que vende galletas y agua, también se observa un viejo carrito de bebé empolvado y cercas que dividen cada propiedad. A diferencia de Warints, este lugar es más silencioso debido a la menor presencia de habitantes.

“No es muy bueno que sea tan pequeña porque toda comunidad necesita cambiar y desarrollarse. Si seguimos creciendo vendrán personas con nuevos planes para avanzar. Con una lluvia de ideas los problemas se resuelven más rápido”, dice Marco. De aspecto joven y relajado, al hablar denota todo su intelecto y visión. Actualmente es parte de la directiva y no sorprende que a futuro se convierta en síndico.

La mayoría de jóvenes se dedican a la agricultura y a la caza. Vivir en la montaña les enseña a estar predispuestos a actividades que en la ciudad son de una perspectiva distinta. Por ejemplo, los hombres no dejan el estudio por vaguería, sino porque su mentalidad y cultura es distinta. Sin embargo, Marco enfatiza que esto debe cambiar. “Hay que animarlos con el estudio porque eso es lo que nos hace crecer y cambiar este mundo”, concluye. (I)

“A paso Shuar”

Nos dijeron que estábamos a 20 minutos, “a paso Shuar”, de Yawi. Este pueblo indígena es caminante por naturaleza y tradición. Por su carácter nómada, los abuelos de los actuales pobladores de Warints y Yawi transcurrían días enteros para trasladarse a ciudades de Morona Santiago o recorrer la selva. Eso hace que para un citadino el tiempo de recorrido “ a paso Shuar” deba multiplicarse por el doble o, inclusive, el triple.

Salimos de Warints hacia el norte, siguiendo el río. La ruta emprende por un ascenso a la montaña, de cuyas paredes se desprenden las rocas que utilizaron para construir la pista de aterrizaje. El camino está lleno de lodo y hojarasca que cae de árboles frondosos. El río te acompaña a un costado durante el ascenso. El agua es cristalina y con aspecto refrescante. El cauce genera un ruido perpetuo que nunca calla.

La caminata se dificulta con cada paso. Hay ascensos y descensos sobre un piso irregular y resbaladizo entre un camino estrecho. En ciertos tramos no hay espacio para dos personas, y el precipicio está a tu costado. De todas maneras, hay quienes en las noches regresan a Warints por ese mismo camino, con algunos tragos encima, y simplemente con una linterna.

Lo agreste de la ruta queda en segundo plano por la vista, completamente hermosa. La selva se divisa en toda su plenitud. Los árboles se iluminan con un sol radiante que intensifica el verde. Diferentes tonalidades del color asoman entre las hojas de los árboles. Nubes solitarias bajan, como manchas blancas que se posan en el horizonte.

La travesía recorre rocas sueltas, riachuelos y pequeñas quebradas con troncos de árboles como puentes. A veces suben caballos de carga y toca esperar en las equinas para evitar chocar por lo angosto del trecho.

Varios metros más arriba, el paisaje cambia ligeramente. La montaña se vuelve pantanosa, llena de lodo, arcilla y estiércol. Las botas se hunden y el piso se vuelve como jabón. Los pies se amortiguan por pisar rocas y tablas delgadas, ubicadas en el camino, para evitar el barro.

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Si hace sol, el calor es sofocante. Los riachuelos se convierten en tinas para descansar y refrescar los pies. El aliento se pierde por la deshidratación que consume energías. Sin darnos cuenta, los 20 minutos “a paso Shuar” se han convertido en una hora para nosotros “los apaches”. Una naranja en la mochila, pelada con tus propias manos, es como el agua en el desierto.

Bebes su jugo frío que humedece tus labios y sientes el dulce bajando por la garganta. Te revitaliza con su sabor. Te empapas la boca comiéndola con rapidez y disfrutando el momento. Las manos luego quedan melosas pero en el campo no importa, siempre habrá una hoja con la que secarse.

La caminata llega a su fin cuando Yawi salta a la vista. Sus casas de madera, en su mayoría de un piso, se abren paso en medio de la montaña. Con el sudor bajando de la frente y el sol sobre tu cabeza, te sientas en una banca de madera, bajo la sombra de un árbol de ramas grandes. Cierras los ojos, respiras y sientes como recobras energía, mientras te acompaña la melodía que provoca el fluir del río, tu acompañante de principio a fin. (I)